En líneas generales, el proceso de aceptación es similar al proceso de duelo porque la persona vive la infección como pérdida de salud. Las fases por las que se suele pasar son:
Negación. Se da un estado de shock, como una defensa que nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada o impactante. Pueden aparecer miedos porque inicialmente hay un diagnóstico, pero poca información. O todavía no has asimilado la noticia. Te cuesta compartirlo con tu círculo cercano y puedes sentirte solo/a o aislado/a.
Emociones negativas. Tras ese primer momento, aparecen culpa, ansiedad, decepción, enfado, ira, vergüenza… A veces, su impacto es tan grande que cuesta cuidarse. Surgen entonces pensamientos del tipo “no es justo” o “por qué a mi”. Otra emoción que suele aparecer es la tristeza, de la mano del miedo a las posibles consecuencias que puede traer la infección a nuestras vidas.
Negociación. La persona empieza a comprometerse con la realidad del VIH e intenta llegar a acuerdos consigo misma y con los demás para mejorar la salud.
Aceptación. Supone ver la infección como una parte más de nuestra vida, algo que forma parte de ella, pero que no nos define. Es importante entender que la aceptación no es resignación sino afrontamiento activo. Es asumir que el VIH forma parte de nuestras vidas y comprometernos con las acciones de autocuidado para manejarlo activamente.
Autoaceptación. La aceptación conlleva también un proceso de autoaceptación. Para poder soltar creencias y actitudes erróneas y negativas y gestionar las emociones, la persona tiene que entender que se trata de precisamente de eso: un proceso, y que como tal lleva su tiempo. Que va a ir pasando por una serie de etapas en las que, poco a poco, irá aceptando y normalizando, adquiriendo y desarrollando herramientas que le ayudarán a la autoaceptación. Y que le llevarán a asumir el derecho a disfrutar de una vida social, sexual y emocional plena.
