En 1983, el VIH aterrizó en España como un virus desconocido y temido. Cuarenta años después, el virus está lejos de ser lo que era, pero el miedo, la ignorancia y la discriminación siguen vivos. Ya no se detectan con pruebas de laboratorio, sino en miradas, comentarios y protocolos médicos innecesarios. Así se desprende del ‘Estudio sobre el estigma relacionado con el VIH en el ámbito sanitario en España: Informe de resultados’, elaborado por el Ministerio de Sanidad.
El Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC) y la Sociedad Clínica Europea del Sida (EACS) llevaron a cabo en 2023 una encuesta dirigida a profesionales de la salud (clínicos y no clínicos) en Europa y Asia Central para evaluar sus conocimientos, actitudes y prácticas hacia las personas con VIH. El Estudio sobre el estigma relacionado con el VIH en el ámbito sanitario en España: Informe de resultados, elaborado por el Ministerio de Sanidad, recoge y analiza los datos correspondientes al caso de España, el 6,3% de la muestra total. Sus revelaciones son muy significativas.
¿Puede un hospital, espacio que debería ser sinónimo de cuidado y ciencia, convertirse en territorio hostil para alguien que vive con VIH? Según este informe, basado en encuestas a 1.167 profesionales sanitarios en España, sí. Y con frecuencia.
Por ejemplo: uno de cada cuatro encuestados ha presenciado la divulgación del estado serológico de un paciente sin su consentimiento. Pero hay más: un 21% ha sido testigo de negativas a atender a personas que viven con VIH; un 20% ha observado que se ofrecía una atención de menor calidad a estos pacientes; y un 30% ha escuchado comentarios negativos o discriminatorios hacia personas seropositivas… en su propio lugar de trabajo.
“El informe revela que el 7% de los profesionales sanitarios preferiría no atender a personas que se inyectan drogas, el 1,5% tampoco a trabajadoras sexuales y el 1,3% no a personas trans. ”
Para quienes conviven con VIH, esto no son simples números: son puertas que se cierran, miradas que pesan, manos que dudan antes de tocar… El informe dibuja el perfil del personal sanitario español con sinceridad quirúrgica: el 69% es mujer, la mayoría entre 25 y 54 años, y el 47% lleva más de dos décadas en la sanidad. Pero eso no se traduce necesariamente en familiaridad con el VIH. De hecho, el 64% nunca ha trabajado en un servicio especializado en VIH. Y casi la mitad apenas ha atendido a cinco personas seropositivas en un año. Si el contacto hace al conocimiento, aquí parece faltar roce. El resultado: miedo. Un 42% se muestra preocupado al hacer una extracción de sangre a una persona con VIH; un 32%, al curar heridas; un 14% usaría guantes dobles, medida innecesaria según toda la evidencia científica; un 13% aplicaría medidas de control de infecciones diferentes a las que usa con otros pacientes; y un 2% reconoce que, directamente, evitaría el contacto físico.
A pesar de décadas de campañas, de tratamientos que permiten a las personas con VIH llevar una vida normal y de avances médicos como el famoso “I=I” (Indetectable = Intransmisible), el prejuicio aún gana batallas en los pasillos de nuestros centros de salud.
El conocimiento debería ser el mejor antídoto contra el miedo. Pero, en este caso, más de la mitad del personal sanitario en España no supera un examen básico sobre VIH. Solo el 43% contestó correctamente a tres preguntas clave sobre VIH relacionadas con la transmisión, la PrEP y la PEP. Un preocupante 20% no acertó ni una. Los médicos mostraron el mayor nivel de conocimiento (el 69% respondió correctamente a todo), seguidos por el personal de enfermería (57%) y de otros perfiles como técnicos, psicólogos o fisioterapeutas (51%). La brecha entre quienes trabajan directamente con personas que viven con VIH y quienes no se hace evidente.
Un 42% del personal sanitario se muestra preocupado al hacer una extracción de sangre a una persona con VIH.
Uno de cada tres sanitarios o sanitarias se muestra preocupado al curar heridas.
Un 14% usaría guantes dobles, medida innecesaria según toda la evidencia científica.
Un 13% aplicaría medidas de control de infecciones diferentes a las que usa con otros pacientes.
Un reconoce que, directamente, evitaría el contacto físico con una persona que tiene VIH.
La ignorancia —disfrazada de prudencia o falta de tiempo— abre la puerta al estigma. Y, como deja claro el informe, este estigma no necesita levantar la voz para hacer daño. A veces basta con callar. O con mirar distinto. La encuesta también explora las actitudes personales hacia las personas con VIH. Las respuestas oscilan entre el respeto y el juicio moral. Un 35% cree que las personas con VIH han tenido “demasiadas parejas sexuales”; un 38% piensa que el VIH se debe a “comportamientos irresponsables”; y un 40% considera que quienes tienen carga viral detectable no deberían mantener relaciones sexuales. Y, aunque minoritarios, algunos datos son terribles: un 6% cree que las personas con VIH “deberían sentirse avergonzadas” y un 2%, que es “un castigo por su comportamiento”.
¿La buena noticia? La mayoría del personal sanitario rechaza de plano estas ideas. Pero el problema con el estigma no es solo cuántos lo ejercen sino cuántos lo permiten. El informe no se detiene en el estigma serológico. También, pregunta qué harían los profesionales si pudieran elegir a qué pacientes atender. Y aunque las cifras no son altas, el 7% preferiría no atender a personas que se inyectan drogas, el 1,5% tampoco a trabajadoras sexuales y el 1,3% no a personas trans. Falta de formación, percepción de riesgo y, en algunos casos, creencias morales son las razones esgrimidas.
En comparación con sus vecinos de Europa occidental, España no destaca ni para bien ni para mal en términos de conocimiento sobre VIH. Pero donde sí se diferencia es en la frecuencia con la que el estigma se manifiesta de forma tangible. Aquí se reportan más casos de divulgación sin consentimiento, más negativas a atender y más comentarios discriminatorios que en el promedio de la región.
Las recomendaciones del informe son claras. No se trata solo de enseñar qué es el VIH: se trata de revisar protocolos, cuestionar prácticas y formar en derechos humanos tanto como en medicina interna. Propone medidas concretas como introducir contenidos sobre estigma en la formación universitaria, asegurar que todos los centros de salud tengan protocolos claros contra la discriminación, crear campañas internas dirigidas al propio personal sanitario y, sobre todo, escuchar a las personas que viven con VIH. Porque, como suele decir el doctor, “existen pastillas contra el VIH, pero no existe una pastilla contra el estigma”. Para eso, hace falta voluntad política, formación adecuada y un poco de empatía clínica.
Referencias y Bibliografía