Según datos de la Encuesta Hospitalaria de Pacientes con VIH, el porcentaje de pacientes ‘mayores’ ha aumentado desde el 16,9% en 2008 al 55,5% en 2023. Los modelos de predicción señalan que en 2030, la cifra alcanzará el 75%. El manejo del virus debe, por tanto, ajustarse a la etapa de cada persona, dado que los retos médicos, psicológicos y sociales varían enormemente con la edad y el contexto vital.
El VIH comenzó principalmente como una enfermedad de hombres jóvenes, pero hoy la epidemia afecta a personas de todas las edades, incluidas las mayores. La cronificación de la infección ha asegurado la supervivencia de las personas con el virus y que estas alcancen una media de vida similar a la del resto de la población. Esto ha sido un éxito, pero trae consigo nuevos retos.
La población mayor que vive con VIH está creciendo no sólo por los potentes medicamentos antirretrovirales. Y es que, aunque la mayor parte de los nuevos casos de VIH ocurre en personas jóvenes, los mayores de 50 años o más están adquiriendo el VIH a un ritmo creciente.
Según datos de la Encuesta Hospitalaria de Pacientes con VIH, el porcentaje de pacientes con la infección atendidos en hospitales españoles con 50 o más años aumentó desde el 16,9% en 2008 al 55,5% en 2023. Los modelos de predicción señalan que, en 2030, la cifra alcanzará el 75%.
Según los casos declarados hasta junio de 2023, en 2022 se produjeron 2.952 nuevos diagnósticos de VIH en España; en el 18,3% de los casos (540), correspondían a personas de 50 o más años. Cifras similares, por cierto, a lo que ocurre en Europa, según el último informe del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC).
Se trata de un porcentaje nada despreciable entre los nuevos diagnósticos de VIH. Presentan, además, una elevada tasa de retraso en el diagnóstico, lo que complica la atención sanitaria y pone de relieve la importancia de reforzar la prevención primaria y secundaria también este grupo de población.
Un reciente informe del Instituto de Salud Carlos III lo corrobora: el diagnóstico tardío en personas mayores de 50 años entre 2013 y 2022 en infecciones de transmisión sexual (ITS), en general, y VIH, en particular, ha aumentado significativamente: se sitúa en un 64,4%, por encima de las tasas de otros grupos de edad. La mayoría son hombres (84,3%) nacidos en España (68,7%) y las relaciones sexuales no protegidas entre hombres (40,7%) son la vía de transmisión más frecuente.
Varias causas pueden estar detrás de esta situación. Para María Velasco, especialista en Infecciosas y Medicina Tropical del Hospital Fundación Alcorcón, junto al desconocimiento en materia de VIH, están, por un lado, el hecho de que la percepción de riesgo disminuye en este grupo, lo que puede llevar a prácticas sexuales menos protegidas y, además, que el envejecimiento no elimina el deseo sexual.
“El uso de medicamentos para la disfunción eréctil ha facilitado la actividad sexual en esta etapa de la vida. Por otro lado, hay un estigma asociado a la sexualidad en adultos mayores, lo que dificulta que se hable abiertamente sobre la prevención del VIH”, explica Velasco.
El manejo del VIH debe ajustarse a la etapa de cada persona, dado que los retos médicos, psicológicos y sociales varían enormemente con la edad y el contexto vital. Estas estrategias deben ser integrales, abarcando no solo el tratamiento médico sino también aspectos preventivos, psicosociales y de calidad de vida. Y, junto a las peculiaridades de cada etapa, Velasco señala que se deben tener en cuenta “las particularidades de cada paciente, como su situación socioeconómica, su acceso a recursos de salud y su entorno familiar”.
La doctora Velasco hace un recorrido por las distintas etapas de una persona y sus necesidades. “En los adultos jóvenes con VIH, la prioridad sigue siendo la prevención, el diagnóstico temprano y la adherencia al tratamiento. Este grupo enfrenta desafíos relacionados con la aceptación del diagnóstico, el manejo del estigma y la necesidad de una educación sexual sana”, afirma. Junto a esto, Velasco añade el uso de las drogas recreativas en las relaciones sexuales, el riesgo de las infecciones ligadas a los viajes, la falta de apoyo emocional y su impacto en la adherencia: “En esta etapa, es fundamental establecer redes de apoyo y ofrecer servicios de asesoramiento psicológico”, añade.
La especialista explica también que, “en los adultos de mediana edad, las estrategias deben centrarse en el manejo de comorbilidades emergentes como la hipertensión, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, que pueden verse agravadas por el VIH y los efectos a largo plazo del tratamiento”.
En esta fase, las personas pueden haber llevado más tiempo conviviendo con el virus y su tratamiento debe ser ajustado para minimizar los efectos secundarios y las interacciones entre medicamentos. “La adherencia al tratamiento sigue siendo clave, pero también se debe fomentar un estilo de vida saludable”, comenta. Esta etapa puede traer consigo además una carga emocional significativa, ya que las personas con VIH enfrentan retos como el desgaste emocional asociado a la enfermedad crónica y la preocupación por el envejecimiento prematuro.
Con las personas mayores, el foco cambia. A pesar de las mejoras en los medicamentos contra el VIH, hay veces en que vivir y envejecer con VIH es diferente. Algunos de los problemas de salud de las personas mayores parecen ocurrir antes y más rápido. Es lo que se denomina “envejecimiento acelerado”: enfermedades cardíacas, renales, hepáticas, osteoporosis y varios tipos de cáncer.
Los científicos no están seguros de por qué sucede esto. Puede ser que tener el virus en el cuerpo lleve de manera precoz a muchas de las afecciones médicas crónicas asociadas con el envejecimiento, ya que el VIH disminuye la capacidad del sistema inmunitario para combatir las infecciones.
Por otra parte, como el sistema inmunitario de una persona con VIH siempre está luchando para deshacerse del virus, se mantiene constantemente activado; y, después de muchos años, puede mostrar signos de fatiga. Además, un sistema inmunitario activado produce inflamación y la inflamación continua parece estar relacionada con muchas afecciones, como la enfermedad cardíaca y el cáncer.
El riesgo de polifarmacia también afecta, lo que significa que los médicos deben ser muy cuidadosos para evitar interacciones y efectos secundarios. En este sentido, es importante trabajar en equipo con farmacéuticos.
Se estima que, hacia 2030, el 84% de las personas que viven con VIH tendrá al menos una comorbilidad y el 28%, tres o más. Se estima que, en la actualidad, el 75% de las personas seropositivas mayores de 45 años sufre una o más enfermedades, y que un tercio recibe más de cinco fármacos (además de su antirretroviral).
Otro factor crucial en los mayores con VIH es el aislamiento social y la salud mental. “Las personas mayores con VIH pueden enfrentar un mayor estigma, no solo por su diagnóstico sino también por la combinación del envejecimiento y VIH. Pueden experimentar soledad, depresión y ansiedad… exacerbadas por la pérdida de redes sociales o familiares. Es fundamental que el sistema de salud proporcione apoyo psicológico y social, además de cuidado médico”, asegura Velasco.
Juanse Hernández, coordinador de la oenegé gTt, pone el foco en un grupo específico: “Nos preocupa especialmente ese 15% que descubre que tiene VIH pasados los 50 años. A menudo, ese diagnóstico llega tarde, ya con el sistema inmune más tocado, y ello complica tanto el tratamiento como la respuesta a él”, advierte. Y añade: “El estigma puede dificultar las cosas. Existen el estigma de vivir con VIH y el estigma de ser una persona mayor. En primer lugar, pueden sentirse avergonzadas y dudar de contar a alguien que están viviendo con VIH. En segundo lugar, es posible que estas personas no se sientan cómodas en grupos de apoyo que incluyan a personas más jóvenes”, explica. Sin embargo, asegura, es importante que las personas mayores que viven VIH busquen apoyo. “La falta de apoyo puede conducir a la depresión”.
“Nos preocupa especialmente ese 15% que descubre que tiene VIH pasados los 50 años. A menudo ese diagnóstico llega tarde, ya con el sistema inmune más tocado, y ello complicará tanto el tratamiento como la respuesta a él”
Juanse Hernández
Coordinador de la oenegé gTt
Ante este paisaje, la pregunta es si los sistemas sociosanitarios están preparados para adaptarse a este cambio de perfiles. “Necesitamos un enfoque holístico, un abordaje integral y multidisciplinar. Que haya una amplia variedad de servicios, como atención primaria, geriatría, psiquiatría o psicología, que gire en torno al paciente. Y es esencial que se pueda evaluar la fragilidad física y emocional, porque vemos que las personas con mayores dolencias asociadas al VIH son, también, quienes presentan mayores problemas de soledad, aislamiento y discriminación”, afirma Juanse Hernández.
Un aspecto poco abordado en el envejecimiento con VIH es la planificación avanzada de cuidados y el manejo del final de la vida de manera estructurada. “Muchas personas con VIH envejecen sin una red de apoyo sólida, lo que dificulta la toma de decisiones. El reto aquí es integrar esta planificación dentro del manejo general de la infección por VIH, asegurando que los pacientes puedan tomar decisiones informadas sobre su tratamiento en las fases terminales y que se respeten sus deseos”, analiza Velasco.
La doctora hace un último apunte: “Está el gran reto de incluir las nuevas tecnologías y la telemedicina para adaptarse a la atención de pacientes mayores con problemas de movilidad o que viven en áreas rurales. Es importante asegurar que la atención virtual sustituya a la atención presencial cuando sea necesario, y que no se comprometa la calidad de la atención médica”.
Debido a que las personas que viven con VIH pueden enfrentar problemas médicos antes, es importante que tomen medidas para mantenerse saludables y poder vivir una vida plena. “Sería muy interesante que el sistema de salud contara con programas de evaluación precoz de fragilidad y con estrategias de rehabilitación, como programas de ejercicio y fisioterapia adaptados a personas con VIH. Esto podría prevenir o retrasar el deterioro físico y mejorar la independencia funcional a lo largo de los años”, afirma Velasco.
“Sería muy interesante que el sistema de salud contara con programas de evaluación precoz de fragilidad y estrategias de rehabilitación, como programas de ejercicio y fisioterapia adaptados a personas con VIH”
María Velasco
Especialista en Infecciosas y Medicina Tropical del Hospital Fundación Alcorcón
La práctica regular de ejercicio, una dieta mediterránea, el abandono del tabaco y la moderación en el consumo de alcohol pueden reducir significativamente el riesgo de desarrollar comorbilidades como enfermedades cardiovasculares, diabetes y osteoporosis. “No hay que olvidar el papel que juegan las vacunas para prevenir enfermedades. Hay que incluirlas entre los hábitos saludables”, apostilla la especialista. Además, el autocuidado y la adherencia a la medicación antirretroviral son esenciales para mantener la carga viral indetectable y prevenir complicaciones.
Las personas con VIH, tanto mayores como jóvenes, deben asumir un rol activo en el cuidado de su salud. Además, dicen todos los expertos, involucrarse en comunidades de apoyo y ser proactivos en la búsqueda de información les va a ayudar a empoderarse y tomar control de su salud. “Un enfoque en hábitos saludables puede mejorar la calidad de vida y aumentar la longevidad”, concluye Velasco. «Sería muy interesante que el sistema de salud contara con programas de evaluación precoz de fragilidad y estrategias de rehabilitación, como programas de ejercicio y fisioterapia adaptados a personas con VIH» María Velasco, especialista en Infecciosas y Medicina Tropical del Hospital.
1. ¿Qué te preocupa sobre tu salud actualmente?
La infección por VIH actualmente se encuentra en un momento muy bueno a nivel de control virológico y cronificación. Considero que mi salud es buena y que el VIH no me limita de ninguna manera a la hora de poder desarrollar mi vida. Aunque bien es cierto que cuido más de mi salud y le doy más importancia al hecho de sentirme cansado, de tener dificultades para dormir… Intento vigilar todo eso y establecer cambios en mis hábitos para así poder tener una buena calidad de vida.
2. ¿Haces algo al respecto, con tu médico o por tu cuenta?
En este momento, estoy dando bastante importancia a la alimentación y al deporte, pero todo por mi cuenta. He recibido recomendaciones del estilo “debes comer mejor” o “puedes hacer más deporte”, pero nunca se han materializado en propuestas concretas. He tenido que buscar la información por mi cuenta. En periodos anteriores, he comentado con mis médicas el insomnio y la fatiga que notaba, y hemos valorado posibles causas y estrategias para minimizarlos o eliminarlos. En las consultas tengo el espacio y la confianza para hablar de estas cuestiones, pero sé que no soy un paciente “estándar”, ya que dispongo de mucha información. Otros no tienen las herramientas o la información, y no saben qué hacer ante problemas de salud que sienten.
3. ¿Ha cambiado tu percepción a lo largo del tiempo?
Sí, ha cambiado mucho. Recuerdo que cuando empecé con el tratamiento pensaba que mi salud siempre iba a estar deteriorada, y que no podría sentirme sano en ningún momento. Ahora mismo, me considero una persona sana, que disfruta de una buena salud y que no tiene limitaciones en su vida provocadas por la infección. Con todo, el futuro es incierto y no sé cuáles serán las implicaciones a largo plazo de vivir con una infección durante tantos años, aunque esté controlada. Pero pienso en el presente y en disfrutar de él.
1. ¿Qué te preocupa sobre tu salud actualmente?
Hay muchos aspectos que, más que preocuparme, me ocupan. Por ejemplo, sé que tengo riesgo cardiovascular e hipertensión, y también que tengo que prevenir la fragilidad. También, tengo la sensación de que en algún momento puede aparecer un cáncer: las neoplasias son frecuentes, el carcinoma hepático sería probable puesto que tuve hepatitis C, o podría ser cáncer de pulmón porque fumé durante 36 años. Otros cánceres víricos me ocuparon en su día, como el de útero, y en los dos últimos años he estado manejando lesiones precancerosas vaginales. En fin, es una alerta permanente. Pero lo que me preocupa es la salud mental, como un reto, y, sobre todo, los trastornos neurocognitivos: tengo problemas de sueño, que varían en función del TAR y de mi momento vital. Y, desde hace unos años, me tiemblan las manos. Soy consciente de que hay fármacos que han podido y pueden estar afectando a diversos aspectos de la neurotransmisión o de la arquitectura cerebral. Además, he vivido las demencias muy de cerca, en mi padre y en mi madre. Tengo más miedo a eso que a otras comorbilidades. Miedo o, como yo lo llamo, “realismo dramático”.
2. ¿Haces algo al respecto, con tu médico o por tu cuenta?
Sí, claro. Hago “casi” todo lo que puedo. Tengo un seguimiento bastante estrecho. Muchos médicos maravillosos cuidan de mi bienestar y cualquier cosa que me pasa en seguida la hablo con ellos. También, por mi cuenta, intento cuidarme. Procuro hacer ejercicio, dejé de fumar, intento alimentarme correctamente, mantengo en forma mi cerebro y mi vida social… Tengo suerte: puedo permitirme psicoterapia, fisioterapia y médicos privados que cuidan mi equilibrio hormonal. Pero me queda mucho margen de mejora, fundamentalmente en la reducción del estrés y de hábitos de salud asociados.
3. ¿Ha cambiado tu percepción a lo largo del tiempo?
Sí. Soy consciente de haber vivido y de vivir bajo la amenaza de la enfermedad, de la pérdida y del fin. También, de que ese vivir ha tenido consecuencias. Positivas, como mi estilo de afrontamiento; y negativas, como mis problemas de ansiedad o de insomnio. Estoy fuera del rango de la supervivencia pronosticada para personas con mi trayectoria. Pero hoy tengo menos miedo, pese a que cada día estoy más cerca, por edad, del desenlace. Hoy, tengo más apoyos y más experiencia. Y estoy preparada. Tengo listas mis últimas voluntades, incluida la eutanasia, para intentar que no sea muy duro ese proceso ni para los míos ni para mí. Pero, bueno, ¡al final las cosas vendrán como tengan que venir y no las podré controlar! Si soy sincera, lo que más me preocupa es poder afrontar esta etapa con la máxima serenidad posible, ¡y eso que el sosiego no es mi fuerte!
1. ¿Qué te preocupa sobre tu salud actualmente?
En general, creo que para mi edad gozo de una salud razonablemente buena. Es cierto que acarreo ciertas consecuencias fruto de toxicidades acumuladas y del propio virus, como una osteoporosis mayor de la que me correspondería por edad, un poco de sobrepeso y cierta fragilidad emocional que hay que controlar. Quizá, la preocupación que creo extensible a toda persona que supera el sexenio es el envejecimiento saludable. Llevamos años escuchando el tema del envejecimiento prematuro en personas con VIH y, en ocasiones, abruma un poco. Creo que sería conveniente matizar el mensaje. En cualquier caso, me gustaría tener una vejez sin demasiado deterioro cognitivo ni dolor.
2. ¿Haces algo al respecto, con tu médico o por tu cuenta?
La osteoporosis llevo años tratándola. Por otro lado, quizá el logro más importante con respecto a mi salud ha sido dejar de fumar, ahora hace casi dos años. Eso ha sido fundamental, espero haber evitado vivir enchufado a una bombona de oxígeno en el futuro. Ahora, el reto es perder esta barriga cervecera que me salió al dejar de fumar. Intento caminar o ir en bicicleta una hora al día, pero no es suficiente. Hace un tiempo me descargué la aplicación MOVIHng, ahora el reto es comenzar a utilizarla.
3. ¿Ha cambiado tu percepción a lo largo del tiempo?
Evidentemente, durante los primeros años de infección en los 80 no me planteaba siquiera la posibilidad de llegar a los sesenta, primero por el VIH y luego porque no creo que ningún veinteañero se lo plantee. Aquellos fueron años de una actitud en plan “de perdidos al río”. Sin embargo, en todo este tiempo no dejé de ir a una cita médica ni de tomar correctamente mis tratamientos. Además, soy un paciente muy bien informado, lo que me ha permitido ser parte activa en la toma de decisiones sobre mi salud. A mí, esto me ha ayudado mucho. Ahora creo que soy un sexagenario más al que el VIH le condiciona poco.
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Referencias y Bibliografía