El estudio “Comprendiendo las percepciones sobre salud sexual para mejorar la prevención de las ITS”, elaborado para el Ministerio de Sanidad, revela que no es que la juventud no quiera cuidarse sino que nadie les ha explicado cómo, por qué ni con qué.
					
				“Cuando nos hablaron de educación sexual en el cole fue más una clase de prevención de embarazos que de placer, consentimiento o ITS. Y de diversidad sexual, ni rastro”. Quien habla es Laura, 27 años. Resume con pocas palabras uno de los principales hallazgos del informe “Comprendiendo las percepciones sobre salud sexual para mejorar la prevención de las ITS”, elaborado para el Ministerio de Sanidad entre enero y marzo de 2025.
El estudio, sobre salud sexual y prevención de infecciones de transmisión sexual (ITS) en personas jóvenes adultas, se llevó a cabo en Barcelona y Madrid con jóvenes de entre 20 y 34 años. La conclusión es clara: no es que la juventud no quiera cuidarse, es que muchas veces nadie le ha explicado bien cómo, por qué ni con qué se debe cuidar.
Si queremos mejorar la prevención de ITS, necesitamos entender no solo lo que las personas hacen sino también cómo piensan, sienten y viven su sexualidad.
Para muchas de las 44 personas entrevistadas, su educación sexual fue tardía, y limitada y centrada únicamente en lo negativo. “Nos enseñaron a tener miedo. No a disfrutar, ni a cuidarnos emocionalmente”, apunta una de ellas, un joven de 23 años.
“No es que la juventud no quiera cuidarse, es que muchas veces nadie le ha explicado bien cómo, por qué ni con qué se debe cuidar.”
El documento, de más de 140 páginas, aporta cifras —algunas, muy preocupantes—, pero sobre todo quiere escuchar de verdad. Jóvenes con vidas sexuales activas, con o sin diagnóstico de ITS, comparten en él sus experiencias, miedos, dudas y propuestas. El resultado: un espejo crudo, pero necesario, de lo que realmente ocurre cuando se apagan las luces y, también, cuando se encienden los prejuicios.
La educación sexual institucional, esa que debería acompañar desde la infancia hasta la vida adulta, parece no haber llegado en condiciones a casi nadie. “Nos enseñaron a poner un condón en un plátano y gracias”, se queja Ainhoa, 25 años. “Pero de consentimiento, de placer o de que una chica también puede disfrutar, ni rastro”.
El estudio destaca una verdad incómoda: el placer sigue siendo un tema tabú en la educación sexual, especialmente el placer femenino. Se celebra poco, se explica mal y se vive, en ocasiones, con culpa.
Además, el consumo de drogas recreativas (el famoso “chemsex”) añade un nuevo nivel de riesgo: el consentimiento se vuelve difuso, la prevención se relaja y la exposición a ITS aumenta. Lo que hay, entonces, es un universo paralelo de “educación por omisión”, donde el porno, los colegas o Instagram acaban siendo las principales fuentes de conocimiento sexual. Con sus aciertos, pero también con muchos errores.
Según una de las aportaciones más interesantes del estudio, las personas jóvenes adultas no ven el sexo solo como un acto físico. Hablan de emociones, de autoestima, de confianza y, también, de frustraciones. “El placer está ahí, pero muchas veces está lleno de ruido: miedo al juicio, inseguridad o esa idea de que, si pides algo ‘extraño’, igual te rechazan”, relata Lucía, de 24 años.
En mujeres y personas trans, el placer aparece especialmente invisibilizado. Se percibe que aún hay mucho que desaprender: desde modelos machistas que colocan el deseo masculino en el centro, hasta mitos sobre lo que debería “dar placer” realmente. Spoiler: el porno no tiene la última palabra.
Riesgos reales, percepciones desiguales ¿Y las ITS? Se conocen… por encima. VIH, gonorrea o clamidia son nombres que suenan. Pero, más allá de la palabra, hay muchas dudas.
“No sé si la clamidia da síntomas. ¿Es algo que pasa sola?”, pregunta una participante del estudio. No es la única. El conocimiento es superficial y desigual: las personas LGTBIQA+ suelen estar más informadas gracias al activismo y a campañas específicas, mientras que los hombres heterosexuales —y aquí hay consenso en el informe— presentan importantes lagunas informativas y de sensibilización. ¿El resultado? Prácticas de riesgo como sexo oral sin protección, confiar en la “buena pinta” de la pareja o pensar que una ITS “no es tan grave”. Todo eso sigue pasando. Mucho.
Aunque el condón externo sigue siendo la medida más conocida y empleada, su uso no está garantizado. Se deja de usar por presión, por confianza subjetiva (“no parece tener nada”), por no haberlo planeado… o, simplemente porque se cree que reduce el placer. Y no, casi nadie conoce qué son las bandas de látex para el sexo oral.
El preservativo interno (el de vulva o vagina) tampoco goza de popularidad. Como si las barreras fueran un asunto exclusivo del pene. La PrEP, la PPE y las vacunas contra VPH, hepatitis A o viruela del mono están disponibles, pero son recursos casi de ciencia ficción para quienes no pertenecen al colectivo LGTBIQA+.
¿Y qué pasa cuando una ITS llega a la vida de una persona? El informe muestra que no solo se trata de tomar antibióticos o antirretrovirales. Es un terremoto emocional. “Me sentí sucio, con miedo de contarle a nadie”, cuenta Diego, 30 años, diagnosticado con sífilis. “No quería volver a tener sexo en meses”. A esto se suman experiencias duras en los servicios sanitarios.
Falta de empatía, discursos culpabilizadores y escasa derivación a centros especializados son moneda corriente, sobre todo en atención primaria y urgencias. En vez de cuidados, a veces se ofrece juicio.
Lo que funciona hoy en comunicación sexual no es lo mismo que lo que funcionaba hace veinte años. Las personas jóvenes adultas valoran campañas en Instagram, podcasts, tutoriales, series como ‘Sex Education o proyectos de tiendas eróticas que enseñan con humor y sin prejuicios.
La clave está en que los mensajes no sienten cátedra sino que abran conversación. Que hablen su idioma, con referentes cercanos y formatos atractivos. Espacios como universidades, metros, zonas de ocio nocturno y redes sociales son fundamentales. Los mensajes deben ser diversos, segmentados y reales: placer y protección no son enemigos.
El estudio no se queda en el diagnóstico. También recoge propuestas que pueden (y deberían) inspirar las políticas públicas de los próximos años: erotizar el uso del condón: dejar de verlo como enemigo del placer; normalizar las pruebas periódicas de ITS: que ir a hacerse un test no sea motivo de vergüenza sino de autocuidado; campañas para hombres heterosexuales: porque no, no están exentos del riesgo; visibilizar la diversidad sexual y de género: sin olvidar a personas trans, no binaries y asexuales; o introducir educación afectivo-sexual real en todos los niveles educativos, desde la primaria hasta la universidad.
Este informe no es solo una foto del momento. Es un grito suave, pero firme: “Queremos vivir una sexualidad libre, segura y placentera. Pero necesitamos herramientas reales”.
Referencias y Bibliografía